0.Introducción
1.Descripción y punto de vista
2.El tono
3.El estilo
4.Estructura de la descripción
5.Conclusión
Toda la información referente al texto descriptivo la podéis encontrar en vuestro libro de texto páginas 158 y 159. Ya sabéis que podéis consultarme cualquier duda.
TEXTO DESCRIPTIVO
La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur,
caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al
correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor
estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban
de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y
persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire
envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas
migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón,
parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas,
dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales
temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado
a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla
que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un
escaparate, agarrada a un plomo.
Vetusta,
la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión
del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el
monótono y familiar zumbido
de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta
torre en la Santa Basílica. La torre de la catedral, poema romántico de
piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era
obra del siglo diez y seis, aunque antes comenzada, de estilo gótico,
pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que
modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no
se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que
señalaba al cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de
sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas, como señoritas cursis que
aprietan demasiado el corsé; era maciza sin perder nada de su espiritual
grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía
como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo
gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de músculos
y nervios la piedra enroscándose en la piedra trepaba a la altura,
haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos
malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola
grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre esta una
cruz de hierro que acababa en pararrayos.
La Regenta, Clarín.
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